Los primeros constructores que cimentaron la zapata donde se
erigió la edificación, con pisos ilimitados de nombre David Ortiz fueron Pedro
Daniels Gómez y Juan Ramírez (Luis Belleza).
Mucho tiempo antes de que Ortiz cayera en las manos de
Ramón- Pintacora- De los Santos, ya el sol había quemado su piel, largas horas
de aprendizaje y trabajo se habían realizado y cientos de swings ya se habían
hecho con el objetivo de presentarse bien pulido ante los ojos de los escuchas.
Daniels recuerda cómo conoció a David Ortiz
Con apenas 13 años, Ortiz arribó a este municipio del brazo
de su extinta progenitora Angela Arias y su relación con Daniels fue una
especie de “Amor a primera vista”, pues al día siguiente de su llegada al
pueblo, como por arte de magia se toparon. (Todos los registros de beisbol
dicen que nació en Santo Domingo, algunos lo ubican en el ensanche Espaillat).
Daniels, para la época un prospecto de la intermedia, tenía
un gimnasio improvisado en su hogar y Ortiz había arribado con un amigo, Daniels
al observar aquel joven tan espigado, unos 6¥0 pies de estatura se quedó en
estado de “schock” y de inmediato lo vio como un futuro grandesligas.
Empero, primero tenía que enamorar al mozalbete, a quien la
presencia de Magic Johnson y Michael Jordan como figuras cimeras de la NBA lo
tenían con los ojos puestos en el baloncesto y también era un buen jugador de
voleibol, por lo que le gustaba el béisbol, pero no era su principal prioridad.
“Fuimos al estadio desde sus primeros días en Haina,
comenzamos a entrenar de inmediato y aunque no presentaba atributos como
bateador, si pensábamos que en un futuro aprendería este difícil arte”, expresa
Daniels, quien en la actualidad tiene un programa de béisbol donde educa a unos
40 jóvenes tanto en el béisbol como la fé cristiana en el parque Tomás Santana
de esta comunidad.
“Eramos muy apegados, yo duraba unos 15 minutos pitándolo en
su casa cada mañana para irnos a trabajar al estadio, era pesado para
levantarse, pero cuando lo hacia se dedicaba por completo al trabajo e íbamos a
entrenar y batear, pues hubo que laborar mucho con él en el arte del bateo,
pues en innúmeras ocasiones se ponchaba hasta tres veces por partido”, señala
Daniels, cuyo programa con frecuencia carece de las pelotas para entrenar.
“Almorzábamos juntos, cuando en su hogar no estaba la comida
entonces nos íbamos a la mía y él gritaba “Mamy Tota” ya está la comida, luego
nos acostábamos hasta quedarnos dormidos, despertábamos y en la tarde retornar
al estadio a entrenar. “El me tiraba pelotas y luego yo hacia lo mismo con él”,
expresa Daniels, quien junto a Ramírez se las arreglaba para insertarlo en la
alineación, a pesar de que en el grupo habían jóvenes con mayores habilidades
que David. “Siempre lo colocábamos entre quinto y sexto bate”, acota.
Pudo firmar con Padres o Marlins
Luego de más de cuatro años de trabajo y de atender
constantes pedidos de su padre, Leo Ortiz para que no lo dejen asistir a las
canchas de baloncesto y voleibol, disciplina última en la que se ganó el apodo
de “Pecosá” por lo fuerte que le daba a las pelotas, llegó el momento de
presentarlo a las organizaciones. La primera que lo observó fueron los Padres
de San Diego, cuyo escucha de sobrenombre Ronquito lo vio jugar, admiró sus
habilidades y estaba dispuesto a otorgarle el primer bono al novel, sin embargo
uno de sus asistentes le sugirió que no lo hiciera, pues notaba que Ortiz era
algo haragán y en ese momento se desvanecieron las posibilidades de su primer
contrato.
Poco tiempo después y siempre bajo el manto de Daniels y
Ramírez fue llevado al estadio de béisbol de la Marina de Guerra, lugar donde
sería observado por los Marlins de la Florida, organización que recientemente
se había instalado en el país. Junto a ellos se encontraba el padre del
jugador, Leo, empero, hubo una “jugada extraña” y de buenas a primera el
muchacho fue conducido hacia donde Pintacora De los Santos en el parque de los
Trinitarios y ahí se produjo su primera firma con los Marineros, aunque ya fuera
de las manos de Daniels y Ramírez.
Propinas en la barbería de Colita
Desde muchacho, David se convirtió en un cliente de la
barbería Colita (José Antonio Pinales), quien para la época le cobraba 20 pesos
y el futuro jugador lo pagaba con generosidad. Se recortaba semanal o cada 15
días.
Ya estando firmado el precio seguía igual, pero dejaba igual
cantidad de propinas. “Siempre esperaba su turno y vivía conversando con los
muchachos en la peluquería, que no cuenta con ningún retrato de él, pero si Pinales
presentó a Listín Diario un buen grupo de recortes de periódicos la mayoría de
este rotativo que conserva como colección sobre juegos e historias relacionadas
con Ortiz.
“Llegó aquí de la mano de su madre, le decíamos la Grande,
era muy amiga de mi hermana Doris, quien se encargaba de arreglar las uñas y de
esta forma David se convirtió en cliente de la peluquería”, señala Pinales,
quien lo recuerda como un bonachón que siempre tenía esa sonrisa a flor de
labios, así como es en la actualidad.
Pinales expresa que hace mucho tiempo que no ve al Big Papi,
quien tiene una deuda con sus amigos de Haina, pues en el 2004 le prometió una
gran fiesta, tras los Medias Rojas coronarse en la Serie Mundial, pero aún no
la ha cumplido.
PRIMER CARRO, REGGAETÓN E INGLES
El primer vehículo adquirido por David tras su paso al
profesionalismo en 1992 fue un Honda Accord 1988. Siempre fue un amante de la
música americana, incluso desde antes de su firma. “Era de las pocas cosas que
no me gustaban de él”, expresa Daniels, quien valora la inteligencia del
jugador, quien aprendió las primeras nociones del idioma inglés sin tener que
asistir a instituto alguno.
“Era un joven bonachón, amigable y siempre compartía con
nosotros, una persona más que agradable”, sostiene Juan Polanco, quien fue uno
de los primeros amigos que tuvo el pelotero cuando llegó al poblado. Ortiz
residió en el sector de Invicea en una casa adquirida por sus padres. Ortiz
estudió en el colegio César Nicolás Penson y cursó desde el octavo hasta el
segundo de bachillerato. El director Leadro Abréu lo calificó como un muy buen
estudiante.
Por Pedro G. Briceño / Listín Diario
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