Por Wilfrido Vargas
El viernes 21 de junio de 1985, mi hermano Manuel
Vargas se encontraba en el hotel Santiago Camino Real. Allí también se hallaba
un muchacho que había ganado el Festival de la Voz. Ensayaba para
la presentación de Yolanda Duque, pues era el artista invitado. Manuel quien
para entonces era mi manager y andaba realizando unos trabajos de promoción, cuando
lo escuchó cantar, lo abordó, le pasó una tarjeta y le dijo: “Soy el manager y
hermano de Wilfrido Vargas”.
Aquél cantante era Eddy Herrera, quien tras escucharlo lo
miró a los ojos y pensó: “Wao sí, se parece bastante a Wilfrido, es posible que
sea cierto”. Manuel le preguntó:” ¿Te gustaría cantar con Wilfrido Vargas?”
No sé si fue por el susto o la impresión que le causó
aquella propuesta inesperada que este muchacho le puso todas las excusas
habidas y por haber para justificar que eso era imposible. Palabras más o
palabras menos, le dijo: “Yo no canto merengue, soy un bolerista. No bailo, ahí
hay mucha coreografía e improvisaciones que se nota que son concebidas en el
momento por Wilfrido. Además lo veo muy difícil porque mi mamá no va a querer
que deje mis estudios de arquitectura”. A lo que mi hermano contestó con una
pregunta: ¿Ya te vas? Y se ofreció a llevarlo a su casa.
Manuel tenía un BMW color naranja chillón. Según me contó
Eddy, tiempo después, cuando bajaron al parqueo y el vio aquél vehículo, pensó:
“Wao, mira el carro que tiene el manager, imagínate tú Wilfrido qué tendrá”. La
idea no era deslumbrar aquél muchacho, sino saber dónde vivía para luego poder
ir a buscarlo.
Pocos días después, el martes 25, temprano en la mañana,
partí rumbo a Santiago de los Caballeros atraído por la noticia de que había un
cantante sin experiencia pero con condiciones. La pregunta sería, ¿qué buscaba
desplazándome a Santiago si ya Manuel me había dicho que el muchacho se
auto-descalificó? Sencillo, quería saber por mí mismo si aquellas excusas que
había puesto eran reales, o esa auto-descalificación eran expresiones de un
miedo escénico.
Cuando estábamos cerca de su casa, Manuel me dijo con cierta
inseguridad: “en esta calle es que vive el muchacho”. De repente vi que alguien
abrió la barandilla de una casa, una figura alta y delgada, tal como me lo
habían descrito. Así que me dirigí hacía él y le pedí identificación, como si
yo fuera un policía. Creo que me esperaba, si mal no recuerdo. Me mandó a
entrar y me presentó a su familia que se encontraba en la mesa del comedor almorzando.
Me presenté y dije unas pocas palabras que resumían lo que
buscaba y a quién buscaba. En el curso de la agradable conversación, vi en la
mesa que había tostones, pollo, arroz, habichuelas y ensalada. Y yo de manera
natural cogí un tostón sin sentarme, agarré un muslo de pollo en la mano y
seguía hablando como si nada.
Me lo comí sin que nadie me lo ofreciera. Una “wilfridada”
como dicen. Supongo que habrán pensado: “Pero, ¿es Wilfrido Vargas o un loco
que está aquí?”
Tras aquel evento, comencé una audición ‘a vuelo de pájaro’.
Empezamos a conversar, que es como mi primera prueba cuando estoy evaluando un
talento. Luego quise verlo cantar haciéndose acompañar de su guitarra. Cuando
vi las posibilidades tan amplias de aquél chico, lo paré. Interrumpí la sesión
para conversar con su mamá, pero ella con mucha educación dejó entrever su
desacuerdo y como yo respeto eso, lo vi como el único y verdadero revés. Se
oponía tajantemente a que su hijo dejara los estudios, en los que ya llevaba
dos años y medio en la Pontificia Universidad Católica, PUCMM, de
Santiago. Quería que terminara su carrera de arquitectura.
Me fui desesperanzado. Pero, antes de irme le entregué, sin
ningún compromiso, un casete con dos canciones en inglés, de Lionel Richie para
que se las aprendiera. Le dije: “quédate con esto y te lo vas aprendiendo
porque no se sabe si más adelante te pones de acuerdo con tu mamá y cambian de
opinión”. Así sucedió. La familia conversó y llegamos a un acuerdo, donde Eddy
iba a ser parte de la orquesta.
Pero, había otro problema. En el ejército frontal de mi
orquesta estaban Rubby Pérez, Gene Chambers, Peter Cruz, Marcos Caminero,
Junior del Castillo y Jorge Gómez. Es decir, demasiado cantantes. Más que en la Fania All Stars. Cosa
que no le importó a esta cabeza loca.
Me lo llevé a Santo Domingo a una especie de centro de
capacitación intensiva, a ensayar mañana tarde y noche, sin descansar durante
treinta días. Para que el muchacho se formara nombré a mi mejor hombre como
instructor de coreografía, Peter Cruz. En aquél corregimiento militar se les
dio fecha de debut, el 10 de agosto del 85. Y así fue. Junto a Eddy también me
había traído a Charlie Espinal. Otro muchacho de Santiago, talentoso y
versátil, quien además tocaba la guitarra con el estilo musical que yo
necesitaba. Es decir, súmenle otro al ejército del frente de esa orquesta.
Eddy debutó en un concierto en el Teatro Agua y Luz, de
Santo Domingo, con las canciones que le había dejado en el casete. Pasó el
tiempo, pero no me sentía victorioso porque realmente tenía serios problemas
con la coreografía. Sin embargo, yo veía más allá de sus dificultades. Veía un
deseo enorme y el esfuerzo casi inhumano de aquél muchacho tembloroso, pero con
una decisión de “patria o muerte”. Yo seguía con mi corazonada y empezó a
viajar conmigo por todos los países a dónde íbamos.
No cantaba oficialmente en la agrupación, en ese sentido era
un pelotero que estaba en el banco. Aunque, bailaba en el frente, tocaba güira
e interpretaba una que otras cosas exquisitas, no se encontraba en la nómina
como cantante titular. “Me sentía entre Lucas´ y Juan Mejía porque no sabía si
iba a continuar con Wilfrido Vargas porque no bailaba”, contó Eddy en una
entrevista.
Le dije que como no tenía experiencia le iba a poner una “tareita
de niños” para no forzarlo. Esa “tarea de niños”, era una trampa, la más
compleja que haya puesto o que alguien le haya puesto a alguien, en lo que
tengo en el negocio de la música. Era nada más y nada menos que el rap de El
Jardinero. Di la espalda sin piedad, como si no hubiera hecho nada, y lo dejé
con esa bomba atómica en las manos, dándole un plazo de 15 días para que me
presentara el trabajo.
El domingo 18 de agosto, tocamos un show en San Cristóbal y
ya estaba empezando a hacerme la idea de que me había equivocado. En otras
palabras, estaba listo para darle de baja al muchacho que cantaba bien pero no
daba la talla para el tiempo que se le asignó. Como si de una oportunidad se
tratara, ese día, algo cabizbajo, le dije: “¿Eddy, como vamos con la “tareíta”?
Me dijo: “Bueno, vamos a ver”.
Entre set y set fuimos a mi carro y le puse la canción
original. Cuando ese muchacho empezó a doblar la canción, me enloquecí de una
manera tan escandalosa, que la gente se dio cuenta. Llamé a Juan Vargas, mi
otro hermano, quien ya trabajaba conmigo, para que fuera al carro y viera
aquello con sus propios ojos. Se volvió más loco que yo. El jueves 22 de agosto
nos metimos al estudio para enfrentarnos al trabajo experimental más
desafiante, que yo haya tenido referencia: El Jardinero.
Señores, todavía me suenan los oídos de la bofetada que
aquél inocente muchacho me propinó sin saberlo. Hay que ser muy cuidadoso al
momento de evaluar las condiciones interpretativas y artísticas de un
prospecto, pero me di cuenta de que Eddy contaba con lo que en béisbol se denomina
“las 5 herramientas”, expresión que se usa para referirse a una combinación de
habilidades que debe tener un jugador para tener éxito como estrella. No
conozco una sola herramienta, siguiendo con el ejemplo del béisbol, en la que
este no iguale de tú a tú a un Alex Rodríguez.
Eddy tiene voz, afinación, sentido de armonía, criterio de
interpretación, carisma, el porte de un galán, y es un trabajador incansable. A
eso le puedo agregar: honestidad, seriedad, solidaridad y nobleza, pero
prefiero en esa parte que sean sus propios compañeros músicos quienes lo
evalúen porque este espacio no es para hablar de lo personal. Sin embargo, dice
un dicho, “por sus hechos lo conoceréis”.
Eddy ha nacido muchas veces, pero la más importante para mí
ha sido el 18 de agosto, cuando sin quererlo me hizo llorar de la emoción. Ese
día marcó el antes y después de mi confianza en él. Me reafirmó que no me había
equivocado.
Lo saqué del banco y le di a grabar su primera canción,
titulada: Mujer Tirana y otra a dúo con Charly Espinal. Luego lo iba soltando
de a poco y le compuse una canción a su medida, llamada Le falta algo. Ahí ya
fue subiendo el hombre. Luego le di participación en: El loco y la luna, La
medicina y muchas otras. Así hizo su repertorio en la orquesta.
Su carrera ya emergía. Recuerdo un día, que mientras Eddy
interpretaba a la perfección una canción compleja, me emocioné y le dije al
oído, fuerte y enfático: “Haz tu grupo coño, no seas pendejo, haz tu grupo”. Lo
tomó en serio. Se independizó y así mismo tituló su primer álbum como solista:
Independiente. Desde entonces han pasado casi tres décadas.
Este artículo no es sólo para contar una historia, sino para
reafirmar una reflexión a la que nunca he renunciado: No hay magia para el
éxito. Constancia y disciplina son las claves. Para estudiar cualquier oficio,
teniendo o no vocación, solo se necesita pagar el precio de la disciplina y la
dedicación que requiere la carrera y tarde o temprano te vas a graduar. Ya sea
de médico, abogado o cualquier otra que elijas, pero te gradúas.
En la música, lamentablemente no es así. Se puede ser
aplicado, apasionado y hasta obsesivo, pero hay cosas que están fuera de tu
control. Cosas que a unos se les hace fácil y a otros no. Pero, como no somos
neurólogos vamos a acuñarle la palabra: “don”. Hay dones que tú tienes y yo no,
aun habiendo estudiado lo mismo. La música es tan bella como misteriosa y
excluyente, y no conoce mucho de democracia. A unos no les da nada, a otros
solo un poco; a unos lo suficiente pero a otros se los da todo.
República Dominicana tiene talentos a los que todas esas
herramientas les cayeron encima como sacarse el loto con un solo ganador. Como
ejemplo tengo para contar a Eddy Herrera, Ruby Pérez, solo por mencionar
algunos. Pero como el artículo es sobre Eddy, ya para finalizar, tengo que
decir que se gradúo con honores. Si la combinación de seriedad compromiso,
trabajo y disciplina tuviera un nombre, ese nombre sería Eddy Herrera
Esa conclusión explica, al igual que esta historia, el
orgullo que siento por haber resistido a necesidades inconfesables cuando era
un niño, en Altamira; y convertirlas en la gloria de escribir sobre los
beneficios de la dedicación, la constancia, el esfuerzo y la disciplina.
WILFRIDO VARGAS, ESPECIAL PARA DIARIO LIBRE
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