Rosa Rosario
es una amiga que reside desde hace muchos años en los Estados Unidos
de América, pero se mantiene al pendiente de todo lo que ocurre con
nuestro país y se preocupa por nuestros males, que son sus males, a
nivel político, económico, cultural, etc.
Esa
preocupación llegó a colación hace unos días cuando, en una
conversación, me expuso su pensar acerca de la actitud lasciva
generalizada de nuestras jóvenes y adolescentes en el presente.
“…Visten
en exceso provocativas, realizan bailes sumamente insinuantes y
eróticos por demás, utilizan un lenguaje desenfadado, en fin, hacen
cosas que no son propias de la edad…”
esto y otras cosas me externaba mi citada amiga.
Su
preocupación está bien fundada, dado que, aunque muchos justifican
esta conducta arguyendo que “los tiempos van
cambiando, que ya no son los tiempos de antes en los que las mujeres
tenían que usar un faldón y medio fondo”,
definitivamente la niñez y la adolescencia, ahora y siempre, serán
eso, una etapa del ser humano en la que se adolece de la capacidad de
tomar decisiones responsables por sí solo para el bien propio y de
la sociedad.
La
psicología, ciencia que viene a ser la autoridad en la materia,
afirma que los adolescentes luchan por la identificación del Yo y
por la estructuración de su existencia basada en esa identidad. Esta
lucha envuelve un proceso de autoafirmación que suele aparecer
rodeado de conflictos y resistencias, en los cuales el adolescente
busca alcanzar la independencia, pero debe ser guiado por los
adultos, si se quiere asegurar que esa determinación sea favorable.
En este sentido, la mencionada ciencia lleva a cabo una clasificación
de los principales problemas que tienen lugar durante la
adolescencia. Así, esta determina que existen problemas de tipo
sexual, emocionales, escolares, conductuales, de alimentación, de
drogas o incluso de abuso.
No sé otro,
pero nuestro pueblo no está listo (aunque lo esté haciendo desde
hace mucho tiempo) para permitir que sus niñas vayan por ahí
provocando sexualmente, por el simple hecho de que, además de que no
es lo correcto para esa etapa, tenemos una cultura machista vigente,
que hace que el sexo femenino sea visto principalmente como objeto
sexual, lo que deviene, naturalmente, en una alarmante cifra de
embarazos de adolescentes, deviniendo a su vez en un casi igual
número de familias disfuncionales.
No
olvidemos que la familia es el núcleo de la sociedad. ¿Y qué se
puede esperar de una cosa cualquiera que sea, cuyo núcleo sea
disfuncional? Como diría otro gran amigo, el filósofo Joaquín
Méndez: reflexione estimado lector, y verá
usted por qué lo invito a despertar.
Hay que
despertar y empoderarse. Evitar que nuestras hijas, sobrinas y nietas
anden por ahí como un óvulo errante. Hay que educar sexualmente
desde la familia y permitirle a los niños vivir su infancia; a los
adolescentes enfocarlos: a las hembras enseñarles que su valía va
más allá de lo sexual y a los varones enseñarles a ser varones, no
machos.
El autor
es Locutor y estudiante de término de Filosofía
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