Separar la Ciencia de la Tecnología.
Por
Edwin Santana
Comúnmente
se acepta que la tecnología no es más que “ciencia aplicada”, sin embargo, no
es tan fácil justificar esta denominación, y de ello da cuenta Ana Cuevas (2004) en su trabajo La epistemología y el conocimiento útil, donde advierte lo ‘erróneo’
de llamar así a la tecnología, ya que, desde su punto de vista, a pesar de que
se ha aceptado esto como un hecho a nivel popular, e incluso en círculos
científicos y filosóficos, no se han dado razones válidas y suficientes ni se
ha demostrado cómo la ciencia se convierte en tecnología. Cuevas defiende la
existencia de la tecnología como un cuerpo científico independiente.
Por
otro lado, hay pensadores que han trabajado la filosofía de la tecnología y dan
por sentado el hecho de que ésta es un producto indirecto de la ciencia, hay
otros que han reseñado la posición de sus predecesores respecto a este problema
sin tomar partido claro al respecto (como el caso de Carl Mitcham (1989) en su libro ¿Qué es la filosofía de la tecnología?). Pero, para citar un
ejemplo de la otra perspectiva, el filósofo argentino Mario Bunge (2012), en su Filosofía de la tecnología y otros ensayos, asegura que toda
tecnología tiene una base científica; que los artefactos e instituciones
tecnológicas parten de descubrimientos y leyes científicas, aunque, agrega, la
tecnología crea su propio corpus teórico en cuyo seno adapta esos
descubrimientos y leyes de la ciencia a sus fines.
Para
que pueda ser entendido con mayor facilidad, el problema acá debe desmenuzarse
de una forma un poco más radical y, por qué no, simplificada. Sucede que con el
hecho de que se diga estar de acuerdo o en desacuerdo con que la tecnología es
ciencia aplicada, se admite, aunque de manera implícita, que existe una diferencia entre ambos
saberes, diferencia esta que vale la pena aclarar aquí y que es el propósito de
este ensayo. Y es que cuando se dice que la tecnología es (o no es) ciencia
aplicada, se hace menester aclarar entonces cuáles son los límites, si los
tienen, tanto de la ciencia como de la tecnología. (Y deben tener límites,
porque, de no ser así, estaríamos hablando de una misma cosa y la clasificación
sobre la cual estamos discutiendo sería absurda).
En
estos casos, cuando se dice “ciencia”, se está haciendo alusión directa a las
ciencias básicas naturales y sociales modernas (y probablemente a las ciencias
formales, matemática y lógica, pero que no necesitan delimitación ya que se
admite sin dudas que ambas forman parte del fundamento de toda ciencia
empírica). Es decir, que cuando se habla de “ciencia aplicada” se hace alusión
directa a la aplicación a fines útiles de las leyes y los descubrimientos, del
lado de las ciencias naturales, de la física “pura”, la química “pura”, la
biología, etc. y del lado de las ciencias humanas, de las leyes (si las hay) y
los descubrimientos de la sociología, la antropología, etc. Esto es así, tanto
en el caso de Mario Bunge, que de cierto modo defiende el rotulo de “ciencia
aplicada” para la tecnología, como en el caso de Ana Cuevas que lo refuta.
Partiendo
de esta acepción exclusiva de
la palabra ciencia, se puede clasificar como ciencia básica (cuyos avances
sirven como base para el desarrollo de la tecnología) a aquella actividad que busca el saber por el
saber, que va tras el conocimiento solo por conocer y no tras un fin útil en el
sentido material. Es decir, las ciencias buscan aumentar el conocimiento, desarrollar
el espíritu. Mientras que la tecnología viene a ser toda aquella actividad que
se emprende con el claro objetivo de traer como resultado una solución a
problemas y necesidades prácticos y/o artefactos que vienen a satisfacer
necesidades (reales o creadas).
Desde
esta perspectiva, aunque pueda sonarle extraño a algunos, la medicina no es una
ciencia, es tecnología, en tanto que los conocimientos a los que aspira tienen
consigo un objetivo práctico, a saber, su aplicación en la salud; así como también
es tecnología la farmacología y con ella la ingeniería química, la informática
y todo aquel conocimiento que, aunque se le llame ciencia en las aulas y el
argot popular, busca, más que conocimientos por conocimientos, aplicaciones prácticas
para solucionar problemas o satisfacer deseos y necesidades.
A
pesar de que, en opinión de César Cuello, las
tecnologias no manifiestan su progreso por medio de evolución, sino por
revolución, para arrojar un poco más de luz sobre el asunto, cabe
aclarar que, basados en la explicación de Bunge, la tecnología viene a ser lo
que bien podría llamarse una especie de “evolución” de la técnica, entendida la
técnica como aquel oficio que es históricamente anterior a la ciencia, que se
realiza para obtener resultados prácticos, pero que se lleva a cabo sin ningún
fundamento científico. Bunge asegura que
fue con el desarrollo de la ciencia moderna, y aplicando los conocimientos
alcanzados e imitando hasta cierto punto los métodos empleados por ésta para contribuir
al desarrollo de la industria y la producción de artefactos, que surgió una
especie de técnica robusta capaz de producir en masas lo que anteriormente se producía
en cantidades muy limitadas en talleres artesanales. Esta técnica con
fundamento científico, es la tecnología.
Para una discusión sobre la viabilidad de leyes y predicciones en las ciencias
del espíritu, véase “La miseria del historicismo” (Popper, 1973).
Exclusiva porque si se acepta que todo cuerpo teórico que hace uso de métodos racionales
rigurosos para alcanzar sus fines es una ciencia hay que aceptar que los
conocimientos tecnológicos constituyen ciencias tecnológicas, o sea, que la
tecnología es también ciencia. En ese caso habría que hablar de ciencias tecnológicas.
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